viernes, 12 de septiembre de 2014

RECUERDOS DE SEPTIEMBRE

El verano de antes, se hacía largo, nunca parecía terminar. Había pequeños detalles que iban anunciando su final. 

Ya no quedaban cigüeñas, salvo alguna rezagada, despistada o malherida que las retenía algún tiempo más. 
(imagen extraída de la red)
Las tardes, se iban acortando y el cierzo, que en pleno agosto se agradecía y era esperado por su frescor, comenzaba a ser desagradable. 

Las eras, se iban quedando vacías, y, lo que antes eran montones de cinas y parvas, ahora eran montones de paja solamente, porque el grano descansaba ya en la panera. 
Las “beldadoras” , a las que cada se les iba acoplando un motor de gasolina “Campeón” y se olvidaba la manivela, apenas “cantaban” por las tardes. Los niños, que éramos los “trilladores”, hacíamos la última trilla con las granzas. Se robaban los postreros granos a las espigas y nos decían que el grano obtenido era la paga a nuestro trabajo para que luego en el Cristo de Guardo fuésemos a gastarla. 

Solía ser dicha romería o feria, el segundo domingo de septiembre en la ermita del Cristo del Amparo. Los caminos del monte se llenaban de gente que con sus carros, yeguas, mulas y burros o a pie, acudían a ella. Se oía misa, se fisgaba, se buscaba la sombra para dar cuenta de la comida y después de otro rato de siesta se daba la última vuelta por la feria, se compraban las últimas cosas, se curioseaba otro poco y se volvía a casa por el mismo camino. 

Las mañanas se hacían frescas, y las golondrinas, llenaban los cables de la luz puestas en fil, apretujadas unas contra otras y recibiendo los primeros rayos del sol se sacudían el frío de la noche. Era todo un espectáculo. 

Sabíamos que aquello no era más que el anuncio de su partida. Una despedida al pueblo, a su ambiente y a sus gentes hasta el próximo año. Dentro de poco, como un misterio y sin saber cuándo, cómo, ni porqué, desaparecerían del pueblo. 

Se daban los últimos riegos a las patatas y a los prados, antes de segar el otoño, y la vega, los caminos y sobre todo La Varga Honda se llenaban de carros y yuntas para ir a abonar las tierras y prepararlas para la nueva sementera. 

El campo y la vega, eran transitados de nuevo por gentes. Volvía la vida a los caminos y en el ambiente se oían las canciones. 

Para finales de mes, llegaba la Virgen del Brezo, de gran devoción en la zona y, casi siempre por esas fechas llegaban las primeras lluvias, como una bendición, para que el centeno sembrado o a punto de sembrarse germinase bien. 

Pero, también, poco a poco, las copas de los chopos, el árbol más abundante en la vega, iba dorando sus hojas, hasta llenar de pinceladas amarillas toda la ribera del viejo Carrión. Más tarde, el viento alfombraba el suelo con ellas y el verano ponía su fin. 
Había además otro detalle. Aparecían las “quitameriendas” esas florecillas moradas de azafrán, que ocupaban las eras y todas las camperas. 

Septiembre se iba, y con él, el estío. Se acababa la época de trabajo más dura , absorbente y agotadora del año, donde todas las manos y todas las personas eran pocas, y comenzaban, unas tardes suaves, calmadas y serenas que incitaban al descanso. 

El pueblo quedaba con sus gentes “de siempre” porque las familias que habían llegado a “veranear” se habían ido también. Se esperaba su nueva llegada y con ella sus nuevas noticias. 

Otoño, llegaba poco a poco, tímidamente, casi pidiendo permiso para entrar.

2014 - Luis de la Hera